La miseria, entendida como la falta de lo necesario, llega a convertirse en un término fuerte; denota compasión hacia el que no tiene y sentido de desprecio hacia el que teniendo, todo lo amasa, lo disfraza o lo maquilla para envanecer su ego personal y transformarse en mísero humano. La Miseria enmarca al hombre en la avaricia privativa, la codicia que lo impulsa a acciones pecaminosas alejadas del derecho, todo por alcanzar materialmente la cima, en cuyo vértice y cual fin es el poder particular, avasallante de las normas de la ética y la convivencia en equilibrio con sus congéneres.
En un mundo de porcelana que se rompe cual encanto frente a una enfermedad crónica o terminal sin visos de solución; frente a un accidente o a la terrible noticia de la perdida de un ser querido y que de un momento a otro nos enfrenta a la realidad mundana de la imposibilidad haciéndonos ver introspectivamente por una única ves como humanos claudicables y entendiendo el poder de la naturaleza hasta hacernos un guiñapo, impotentes; en una sociedad donde siendo similares en aspectos naturales somos astronómicamente diferentes en condiciones y derechos en esta llamada “familia humana” donde las abdicaciones y las capitulaciones siempre son de los que menos poseen, solo nos queda la razón como argumento cierto que nos diferencia aparentemente de los animales inferiores.
Es que debemos entender que la relación estado-mercado debe tener como finalidad el equilibrio, la equidad, y ese don del ser humano -explotado a medias- que es el compartir, solo compartir, no regalarlo todo; solo ser mas humanos menos miserables, mas justos y menos viscerales, mas aun cuando la necesidad, la ignorancia heredada por ley y el dolor, solo lo vivimos por noticias periodísticas o la televisión.
Hay que vivir en hambre para conocerlo y hay que sentir dolor para entenderlo. La miseria no siempre es concebida y conceptual izada en las dos vías existentes y aun que muchas veces camina con nosotros, nos viste y aun desnudos la exponemos, ha pasado a ser parte de nuestro convivir, no la sentimos, no la palpamos, se ha hecho connatural con los seres superiores.
Pero la mas grave de las miserias es necesariamente la del espíritu, la miseria introspectiva, la que nos reviste, la que nos encuentra a cada paso, nos enfrenta y la ignoramos, nos abochorna pero la llevamos de buena gana, es mas cómodo aceptarla de comensal y nos parásita y nos corroe, nos contrapone a lo racional y nos vuelve indignos.
En un mundo de porcelana que se rompe cual encanto frente a una enfermedad crónica o terminal sin visos de solución; frente a un accidente o a la terrible noticia de la perdida de un ser querido y que de un momento a otro nos enfrenta a la realidad mundana de la imposibilidad haciéndonos ver introspectivamente por una única ves como humanos claudicables y entendiendo el poder de la naturaleza hasta hacernos un guiñapo, impotentes; en una sociedad donde siendo similares en aspectos naturales somos astronómicamente diferentes en condiciones y derechos en esta llamada “familia humana” donde las abdicaciones y las capitulaciones siempre son de los que menos poseen, solo nos queda la razón como argumento cierto que nos diferencia aparentemente de los animales inferiores.
Es que debemos entender que la relación estado-mercado debe tener como finalidad el equilibrio, la equidad, y ese don del ser humano -explotado a medias- que es el compartir, solo compartir, no regalarlo todo; solo ser mas humanos menos miserables, mas justos y menos viscerales, mas aun cuando la necesidad, la ignorancia heredada por ley y el dolor, solo lo vivimos por noticias periodísticas o la televisión.
Hay que vivir en hambre para conocerlo y hay que sentir dolor para entenderlo. La miseria no siempre es concebida y conceptual izada en las dos vías existentes y aun que muchas veces camina con nosotros, nos viste y aun desnudos la exponemos, ha pasado a ser parte de nuestro convivir, no la sentimos, no la palpamos, se ha hecho connatural con los seres superiores.
Pero la mas grave de las miserias es necesariamente la del espíritu, la miseria introspectiva, la que nos reviste, la que nos encuentra a cada paso, nos enfrenta y la ignoramos, nos abochorna pero la llevamos de buena gana, es mas cómodo aceptarla de comensal y nos parásita y nos corroe, nos contrapone a lo racional y nos vuelve indignos.